BIBLIÓFILO VIAJERO.

Mi viaje favorito…Egipto y Rusia

«He viajado a una veintena de países intercambiando mi casa, el último a Rusia»

Rusia. Manuel Pecellín en el parque Gorki de Moscú./
Rusia. Manuel Pecellín en el parque Gorki de Moscú. 

Manuel Pecellín, biógrafo, profesor y ensayista

Le encanta recorrer las tiendas de antigüedades, sobre todo de libros viejos, le impresionó el campo de concentración de Auschwitz y en su maleta no faltan su ordenador y algunos sobres con embutidos ibéricos

Marisa García

MARISA GARCÍABadajozDomingo, 11 agosto 2019, 13:05

-¿Cuál ha sido su viaje favorito? ¿Cuándo lo hizo?

-Probablemente el que realizamos al alto y bajo Egipto, con excursión a Nubia. Fue en mayo de 2009, poco antes de producirse la Primavera Árabe.

-¿Volvería allí o es de los que siempre buscan destinos nuevos?

-No me importaría, pues siempre se quedan cosas importantes por ver de aquella riquísima civilización. Lo malo es compartir tantas hermosuras arquitectónicas con tan degradante miseria ambiental. Resulta muy fuerte ver las maravillas del Museo de El Cairo y, horas después, la pobreza de la Ciudad de los Muertos.

-¿A quién le recomendaría el viaje?

-A cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad estética e interés por culturas remotas, cuyos logros ni siquiera hoy podemos igualar, ni entender cómo los alcanzaron, tanta es la imaginación, habilidad e incluso fuerza física que requieren. Parece mentira que pueblos capaces un día de construir tales monumentos, apenas sean hoy capaces de subsistir.

-¿A dónde le gustaría ir si pudiera?

-A Chile, donde dicen que las huellas de Extremadura, lingüísticas incluidas, son innumerables.

-¿Cuál es el sitio que más le ha impresionado?

-Sin lugar a dudas, el campo de exterminio de Auschwitz, con todos los testimonios del holocausto que allí se conservan: hornos crematorios, cámaras de gas, pabellones con el pelo, gafas, maletas y zapatos de los muertos, etc. En contraposición a los horrores desatados por la locura del hombre, me impresionó la paz que podía respirarse en un campamento de la selva de Canaima (Venezuela) o las alturas de mi Tentudía.

-¿Cuántos viajes suele hacer al año?

-Un par de viajes largos. Pertenezco a una asociación internacional que nos permite intercambiar entre sus socios nuestras respectivas casas. Merced a esa fórmula he visitado una veintena larga de países de varios continentes, el último Rusia.

-¿Cuál es el lugar más raro que ha visitado?

-El que más extrañeza me produjo cuando estuve allí por primera vez fue el Torcal de Antequera, ese paisaje kárstico en cuyas rocas calizas la erosión fue tallando miles de caprichosas imágenes. Y, tan próximo a él, el formidable dolmen de la Cueva de la Menga.

-¿Qué tipo de viajero es? ¿De los que planifica o de los que va a la aventura?

-Siempre llevo una buena guía impresa y toda la información que puedo recabar de los amigos o a través de internet.

-¿Y suele mirar comentarios sobre hoteles, restaurantes o destinos antes de reservar?

-Sí, me gusta conocer las opiniones y valoración que otros usuarios suscriben de los lugares respectivos, aunque no se me oculta el viejo refrán de que «cada uno habla de la feria según le va en ella».

-¿Qué tipo de viaje prefiere: los activos o los de relax?

-Busco conocer los monumentos arquitectónicos, entrar en los mejores museos, descubrir los paisajes naturales más llamativos, recorrer los mercadillos callejeros y las tiendas de antigüedades (sobre todo, de libros viejos), participar en algún espectáculo (no olvidaré uno de ‘góspel’ en San Francisco) o determinadas ceremonias (sesión de vudú, canto gregoriano o paraliturgia oriental).

-¿Mar, montaña o ciudad?

-El mar lo disfruto habitualmente en mi casa de Conil, de modo que no se me ocurre organizar un viaje solo por ir a otras playas. De lugares montañosos me encantaron los Alpes suizos, los Dolomitas, el Pirineo aragonés y algunas zonas de los Andes, sin excluir nuestra Sierra de Gata o el parque natural de Cazorla. También me puedo entusiasmar con paisajes urbanos. Por ejemplo, este julio he vuelto a Moscú: patear la gran Plaza Roja, ver San Basilio o las catedrales del Kremlin y añosos conventos como los de Danilovich o Novodévichi, tan vivos otra vez, nunca me dejan indiferente.

-¿Low cost o lujo?

-Rara vez tomo parte en viajes organizados (aunque en octubre próximo iré con uno de ellos a la India) y nunca hice nada parecido a los cruceros de lujo. Me adapté siempre a las posibilidades de mi sueldo de profesor o la paga de pensionista. Como casi siempre viajo, junto a otros amigos, merced a intercambiar nuestras casas, nunca hacemos grandes dispendios.

«Resulta muy fuerte ver las maravillas del Museo de El Cairo y, horas después, la pobreza de su ‘ciudad de los muertos’»

-¿Qué lugar visitó y quiso quedarse a vivir en él?

-Cierta noche nos sorprendió en los Alpes eslovenos y encontramos un hotelito admirable, donde no me hubiese importado quedarme. Como tampoco en la medina de Fez, junto a un fiordo noruego, los pinares de Quarteira (antes del boom turístico) o cualquier celda del monasterio de Guadalupe.

-¿Qué viaje le ha defraudado y no recomendaría nunca?

-Pues la verdad es que, más o menos, todos los viajes me han complacido. Siempre disfruté y aprendí contemplando los vestigios históricos de otros pueblos, sus modos de ser actuales, la forma de afrontar sus relaciones con la naturaleza (a menudo poco amable), cómo se sitúan las clases sociales, el comportamiento, en fin, de la ciudadanía.

-¿Es la gastronomía una parte importante de su viaje?

-Los placeres de la mesa no me motivan de modo especial, si bien aprecio la sencillez de las cocinas locales, las frutas exóticas o los sabores de un buen vino.

-¿Qué plato recuerda de su viaje favorito?

-Guardo recuerdos imborrables de algunas sopas rusas; el agua de coco con ron en Isla Margarita; el tajín de cordero y verduras que nos cocinó Sora; un Saint-Emilion blanco; el pato que tomé en Cracovia y una langosta de San Francisco, frente a Alcatraz.

-¿Es de los que se atreve a probar de todo?

-Sí, aunque no excesivamente, porque mi estómago nunca ha sido lo que mejor me funciona. Pero he comido cosas (poco recomendables, la verdad) como hormigas fritas de Colombia, filetes de tortuga marina en Venezuela, carne cruda de Polonia o el chucrut (coles fermentadas) alemán.

-¿Le gusta hacer fotos de sus viajes? ¿Es de los que les gusta compartirlos en las redes sociales?

-De las fotografías se encarga siempre mi mujer. No me gusta compartirlas por las redes y me molesta el exhibicionismo de quien, al parecer, pone todo su empeño en asombrarnos con sus excursiones más o menos llamativas.

-¿Qué es lo que no falta nunca en su maleta?

-Algún pendrive con lecturas o trabajos pendientes, protectores de estómago y un cuaderno donde escribir a mano las peripecias del viaje. (A mis amigos Carmen y Daniel, acompañantes habituales, les encanta conservarlos).

-Y en la vuelta ¿es de los que siempre necesita más espacio por las cosas que ha comprado? ¿Suele traer souvenirs de recuerdo?

-Suelo quedar en empate, sobre todo cuando viajamos con nuestros amigos en coche propio. Lo cargamos con productos de la tierra (nunca falta un buen jamón), que dejarán sitio a otros de los lugares visitados. Si me resulta posible, procuro traer algún viejo libro, como el tratado sobre ‘Teodicea del siglo XVII’ que adquirí en una callejuela polaca. Y, como recuerdo de este verano, vine con la autobiografía de una las ‘niñas de la guerra’ española, ya muy anciana, residente en Moscú. Pero el souvenir más apreciado que conservo es un trocito de madera que encontré desprendido de las traviesas del ferrocarril de la muerte en Birkenau.

-¿Qué es lo que llevará seguro en su próximo viaje?

-Procuraré que no me falten el ordenador portátil y algunos sobres con embutidos ibérico al vacío, de los que se compran en Casa Pepe.

Perfil

Manuel Pecellín Lancharro (Monesterio, 1944) es licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca y en Filosofía por la Complutense. Fue catedrático de instituto desde 1976 y profesor de Antropología Cultural en la Escuela Universitaria Santa Ana de Almendralejo. Recibió la Medalla de Extremadura en 2011.